jueves, 16 de diciembre de 2010

Dos escalofríos sucesivos

Como a una nueva estética intenté atraparte y hacerte parte de mi cuerpo. Me soñaba enajenada junto a tus quietas y siempre extrañas palabras. Pero ya ves, la incansable repetición de lo mismo me multiplicó, me repitió, y me hizo quien soy.

Ha pasado el tiempo y no quiero ya imaginarme en qué lograste transformarte, espejo de palabras, hombre de a pedazos.

Primer Verbo

La columna invertebrada, ciudad,

la espalda del gigante

proyecta tu sombra.

Sobre tus hombros vencidos

hay polvo y sangre, ciudad,

hay cruces impuestas,

condecoraciones,

hay postales de cumbres,

hay dioses ahogados

en el humo de tu boca, ciudad,

hay bandadas

que se posan,

se guarecen

y te olvidan.

Hay mesas y calles

hay mesas y autos

mesas y sillas

mesas y perros

mesas y gente.

Hay mesas entre medio.

La noche en una mesa,

en una cama,

en una cárcel, ciudad,

en una vida

sobre tus hombros, ciudad,

hay sonidos,

hay ruidos,

gente corriendo mesas.

No hay ciudad que no

se precie de serlo,

no hay ciudad que yo

imagine en mis hombros, ciudad,

no hay mesas

no hay comida,

ciudad.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Pasos

Ha pasado, inalcanzable,

bajo innumerables soles

y por las mismas calles.

Ha visto miles de días, lo ven

lo rozan, lo toman

en un laberinto

de espejos, de azulejos

de mentiras viejas.

Ha visto a las nuevas crecer

como hongos en el camino

y a las flores

esconderse bajo tierra.

Ha pasado

por cualquier calle.

Ha callado.

Ha visto un retablo

de ruidos voraces

y luces

cenicientas.

De pilares vacíos.

De torres hambrientas.

Y sin más,

se ha acostado.

Se ha dejado

llevar por el río

hondo, el río tibio

y sus miles de seres

de juguete y sus árboles

de cemento y viento.

Y los remolinos

de todas sus calles.

Ha callado.

Lo han callado

el vértigo y el centro

le han puesto el sello

metálico al autómata

sin tiempo.

No me dio el piné

Regada de sol te encuentra

la tarde diáfana de Enero;

de ese sol que es sólo palabra

sin fe, de calor de ropa.

No hay tránsito en tus veredas,

las sombras de los perros

huyeron en el estrépito del abandono.

La lluvia te destiñe.

¡Ay! Tanta claridad mentida que parece

traer con sus gotas,

simulaciones desprendidas

desde lo alto.

Todo es opaco:

opacas las plazas, lo verde, el yuyal;

opacas las casas, la vereda, el canal;

y son opacas las fotos,

las calles, los hechos de la

Historia y, más opaco aun,

tu nombre en la ruta.

¿Quién te rescatará del olvido

en la anécdota familiar si

hasta tus fotos envejecieron?

Estás formándote una

en los ojos sin color de los viejos

que no soportan tanta lluvia

en tantas tardes tan dispares

al recuerdo de su infancia

(siempre habrá mentira en la memoria).

Vedada de cualquier progreso

te riegas de la luz,

que pareciera morir en

poco más de ocho minutos.

Los mapas lentamente te olvidan.

Sólo atraídos por tu baño de sol

los curiosos conocen tus áridas calles.

Y serás fugaz en el recuerdo

de los hombres, una mancha

de luz para el viajero.

Ha pasado el tiempo

y en las amarillas páginas

de las historias se evaporó

la tinta que velaban las letras

de tu nombre.

La marcha va concluyendo.

Al partir, el vate sobre su hombro

posó la vista en tu precario

horizonte húmedo de luz;

y sus labios se hicieron eco

de la sentencia que siglos atrás

prorrumpiera el joven poeta

londinense:

“And, little town, thy streets for evermore

will silent be; and not a soul to tell

Why thou art desolate, con e’er return”


Pasado el diluvio no habrán ojos

Que te velen.

Horario

Perdona mis dobleces, bien amada.


Dispénsame del final anhelado

largamente en los sueños del velado

dolor, al que mi idilio desagrada.


La agonía y un rosal, luego nada.

El abyecto puñal, entreverado

de alcohol y de pausa, roza el plateado

hilo vital de la triste alborada.


Su sopor, ya mil veces repetido,

dormita entre nosotros, y este día

lo ha encontrado escarlata y malherido

en tus venas sedientas, ciudad mía.


Hasta despertar y ver que ha llovido

sólo la sangre que yo te pedía.

viernes, 22 de octubre de 2010

Hábító

Camino con los ojos inertes, viendo cómo los asfaltos transcurren a una velocidad que no es la mía, que no es la mía ni la de los asfaltos. Camino así, y no me doy cuenta. Y prefiero dejarme llevar por el resto de mis sentidos, ver con el olfato, por ejemplo, pero no levantar la vista, porque lo mismo la volvería al suelo, al ripio y a los charcos. Y seguiría eligiendo el aquí, mi ciudad desvanecida, hasta que nos extingamos juntos.

Merci Beaucoup

desde ahora casi siempre

contemplo tus clandestinas murallas

mientras una manta se asienta en tu espalda

como cada día cuando el alba relampaguea

recordándome tus ojos extremos que se precipitan hacia mí

y dentro de ellos una alborada tenue

logro condensar a su alrededor


esas luces que desbordan mi mirar

faroles verdes intensos que se colapsan

sobre el pavimento de tu gracia

desde la sonrisa de tus multitudes

hacia la alineación de tus cabellos rebeldes


dónde hallarlos hoy?


cada noche recorriéndote

esperando oír tu voz

empapando mis pies con tu insigne presencia

observo cada marca que hay en tu piel iluminada

cercando espíritus banales de indiferencia


vuelvo sobre mis pasos y veo

cómo un monumento se inclina desde tu frente

creo poder entender algo

pero tu voz

confusa siempre


estentórea imaginativa

redundante abundante


pájaros y lluvias

cielos y mares

crepúsculos sin ton ni son

y tu risa

fresca siempre


beso tu asfalto

tan suave

y me duele ver como se me aleja

tu calle principal


te recorro te recuerdo

te contemplo te despueblo


y luego me marcho

dejando un retrato de tu cuerpo esbelto

en mi mente

sin decirte nada

en silencio


porque desde hoy por mí

seguirás siendo sempiterna